Todos son “Araguaney”, cualquiera es “Araguaney” y ninguno es “Araguaney”
Con este título lo que quiero decir es que el nombre por el que se conoce una planta popularmente, es decir, su nombre vulgar o nombre común, puede ser absolutamente cualquiera. Nadie en el mundo tiene la verdad absoluta sobre el nombre común de una planta por cuanto ese nombre es por el cual se le conoce en su entorno.
Algunas plantas son muy populares
y muy similares, no importa dónde crezcan; otras cambian de forma con el
ambiente, a tal punto que los lugareños le colocan nombres diferentes ¡y todos van a estar bien! –
es como intentar decir un vocablo en español, en francés, en alemán o en
inglés: va a ser diferente y nos vamos a estar refiriendo a lo mismo.
Nombre científco debe haber uno solo en el mundo, y tampoco se
tiene la verdad absoluta al respecto; sin embargo, algunos investigadores, los
taxónomos, estudian toda su vida para intentar llegar a esa verdad. Algunos
grupos son tan complejos que los taxónomos los cambian con cierta frecuencia de
un lugar a otro (de un nombre a otro) aparentemente para entenderlos mejor.
El “romero” y la “sábila” son
buenos ejemplos de nombres estables y populares: muchísima gente coincide en
que son Rosmarinus officinalis y Aloe
vera. Pero eso no excluye que mi sábila se llame diferente porque tiene más
espinas, o puntos blancos, o pencas más delgadas (podría ser otra variedad,
pero no nos importa mucho pues tiene las mismas propiedades que la que es más
gordita, toda verde y menos espinosa).
Pero volvamos a nuestros árboles
de flores amarillas. Hace unos años investigué un poquito al respecto pues mi
amigo, José Agustín, me decía que su “Araguán” era considerablemente diferente
al “Araguaney” y en efecto encontramos al menos dos especies diferentes (como
publiqué en twitter en 2019). Hasta hace un tiempo, estas plantas eran del
género Tabebuia, ahora, algunas de
ellas han pasado a llamarse Handroanthus.
A mí, como taxónoma, aún me perturba ese cambio, pero toca aceptarlo si los
especialistas lo proponen y lo defienden.
Y la tarea denominada "En busca del 'Araguán' perdido" ha concluido (@giovaorsiniv, 2019) |
El asunto definitivo es ¿para qué quieres saber el nombre? o ¿cuál es el nombre que quieres? Si voy de paseo, todo eso que vea amarillo en mayo (anque, a veces florecen más temprano o más tarde) le llamaré “Araguaney”; pero tengo otros dos casos: si voy utilizar la madera tengo que hablar con los Ingenieros Forestales, puesto que hay unas cuantas especies de esas que está prohibido cortar (“Acapro”, “Flor amarillo” –para mí: araguaneyes todos); por otra parte, si voy a hacer un un extracto fluido para hacer un análisis fitoquímico que me permita encontrar el compuesto que tiene cierta actividad analgésica, entonces necesito al especialista mundial, mi amiga Lucia Lohmann, por ejemplo, que me identifique la planta.
En Venezuela hay unas 20 especies diferentes de esas que llamábamos Tabebuia,
dentro de las cuales está el “Apamate” que aún defiende el viejo nombre. Aquél “Araguán” de mi amigo,
que rebautizado por los especialistas, ni siquiera fue visto en vivo
por ellos: puro análisis deductivo y molecular.
Las diferencias entre estas
especies están a niveles microscópicos, para los cuales no tenemos acceso
cotidiano y ninguna de las aplicaciones que identifican en la web va a poder darnos toda
la verdad. Si quieres un nombre científico para que se vea elegante tu escrito,
elige cualquiera pues –en efecto, puede ser cualquiera… pero con ese error alimentarás las
bases de datos virtuales que seguirán arrojando cualquier nombre científico
donde debería haber uno solo. También podría ser Roseodendron, por ejemplo, otro de esos nuevos nombres de este complejo grupo.